miércoles, 22 de junio de 2011

Ezequiel Ceccotti. La puerta abierta.








¿Sólo miedo? No. ¿Sólo culpa? Tampoco. ¿Sólo nervios? No. ¿Sólo satisfacción? Tampoco. Experimenté todos esos sentimientos juntos cuando cerré la puerta de aquel cuarto y dejé el cuerpo sin vida de mi esposa a quien yo mismo maté.
Intenté abordar un tren con destino a Córdoba y, mientras me dirigía a la estación, el oficial Martínez me interceptó. Él había acudido a mi casa respondiendo al llamado de un vecino que me había visto abandonar mi hogar desencajado y dejando la puerta con la llave puesta desde el exterior. Allí encontró el cuerpo sin vida de mi esposa y luego me halló en la estación de trenes cuando la formación estaba por partir.
Mientras aguardábamos el móvil que nos iba a trasladar a la comisaría, le conté cómo se habían sucedido los hechos.
Me casé con María, una mujer de la calle, muy bonita, muy hábil para engañarme, humillarme y traicionarme. Tardé en reaccionar…
Para ella lo único bueno en mí era mi trabajo. Aunque no precisamente lo que hacía, ya que no consideraba las largas horas de sacrificio en el taller, sino solamente el resultado: las joyas terminadas que se probaba y lucía y me robaba.
La ambición la cegó y se “enamoró” de un solitario: lo robó y lo lució en el teatro acompañada por otro hombre.
Me humilló de tal manera que no lo soporté más y decidí matarla, tal vez cegado por la ira, clavándole el solitario en el corazón. De esa manera le entregaba esa joya preciosa que tanto quería.
Llegó el patrullero, el oficial me esposó sintiendo seguramente pena por mí. Pero se notaba que Martínez era un hombre recto y no dudó en cumplir con su deber.
Me juzgaron por asesinato y me enviaron veinte años a prisión. Y aquí estoy ahora cumpliendo mi condena.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Esperamos los comentarios para este texto de Ezequiel Ceccotti, que es un homenaje a Horacio Quiroga.

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