sábado, 28 de julio de 2012

Alessandro Baricco, Seda, 1996.




BALDABIOU ERA el hombre que veinte años antes había llegado al pueblo, había
enfilado directo a la oficina del alcalde,  había entrado sin hacerse anunciar, le había
puesto encima del escritorio una bufanda de seda color ocaso y le había preguntado
-¿Sabe qué es esto?
-Cosas de mujer.
-Se equivoca. Cosas de hombre: dinero.
El alcalde lo echó. Él construyó una hilandería abajo del río, un cobertizo para el
cultivo de gusanos a espaldas del bosque y una capilla dedicada a santa Inés en el cruce
de caminos de Vivier. Contrató una treintena de trabajadores, hizo traer de Italia una
misteriosa máquina de madera, todas ruedas y engranajes, y no dijo nada más por siete
meses. Después volvió a donde el alcalde, poniéndole sobre el escritorio, bien
ordenados, treinta mil francos en billetes de alta denominación.
-¿Sabe qué es esto?
-Plata.
-Se equivoca. Es la prueba de que usted es un pendejo.
Volvió a coger los billetes;  los metió en la cartera e hizo el ademán de irse.
El alcalde lo detuvo.
-¿Qué diablos debería hacer?
-Nada; y será el alcalde de un pueblo rico.
Cinco años después Lavilledieu tenía siete hilanderías y se había convertido en uno de
los principales centros europeos de sericicultura y filatura de la seda. No todo era
propiedad de Baldabiou. Otros notables y terratenientes de la zona lo habían seguido
en aquella curiosa aventura empresarial. A cada uno Baldabiou le había revelado, sin
problemas, los secretos del oficio. Eso lo divertía mucho más que hacer dinero a
montones.   Enseñar.  Y tener secretos que  contar.   Era un hombre así.

(...)


BALDABIOU conocía todas estas historias. Sobre todo conocía una leyenda que
repetidamente afloraba en los relatos de quienes habían estado allí. Los relatos decían
que en esa isla se producía la seda más bella del mundo. Llevaban más de mil años
haciéndola, según ritos y secretos que habían alcanzado una exactitud mística. Lo que
Baldabiou pensaba era que no se trataba de una leyenda, sino de la pura y simple
verdad. Una vez había tenido entre los dedos un velo tejido con hilo de seda japonés.
Era como tener entre los dedos la nada. Así, cuando todo pareció irse al diablo por
aquella historia de la pebrina y de los huevos enfermos, lo que pensó fue
-Esa isla está llena de gusanos. Y una  isla a la que por doscientos años no ha
conseguido llegar un mercader chino o un asegurador inglés es una isla a la cual
ninguna enfermedad llegará jamás.
No se limitó a pensarlo: se lo dijo a todos los productores de seda de Lavilledieu,
después de haberlos convocado en el café de Verdun. Ninguno de ellos había oído
hablar del Japón.
-¿Tendremos que atravesar el mundo para ir a comprar los huevos como Dios
manda en el cual si ven a un extranjero lo ahorcan?
-Lo ahorcaban- aclaró Baldabiou.
No sabían que pensar. A uno de ellos se le ocurrió una objeción.
-Por algo será que nadie en el mundo ha pensado en ir a comprar los huevos
allá.
Baldabiou podía fanfarronear recordando  que en el resto del mundo no había
ningún otro Baldabiou. Pero prefirió decir cómo estaban las cosas.
-Los japoneses se han resignado a vender su seda. Pero los huevos no. Los
guardan para ellos. Y si tratas de sacarlos de la isla, lo que haces constituye un crimen.
Los productores se seda de Lavilledieu eran quien más quien menos, gentiles
hombres de las leyes de su país. La hipótesis de hacerlo en otra parte del mundo, sin
embargo, les pareció razonablemente sensata.


Alessandro Baricco, Seda, 1996, capítulos 6 y 10.

martes, 17 de julio de 2012

Lewis Carroll, "The Hunting of the Snark."






"...He had bought a large map representing the sea,
Without the least vestige of land:
And the crew were much pleased when they found it to be
A map they could all understand.
“What’s the good of Mercator’s North Poles and Equators,
Tropics, Zones, and Meridian Lines?”
So the Bellman would cry: and the crew would reply
“They are merely conventional signs!
“Other maps are such shapes, with their islands and capes!
But we’ve got our brave Captain to thank:
(So the crew would protest) “that he’s bought us the best —
A perfect and absolute blank!”
This was charming, no doubt; but they shortly found out
That the Captain they trusted so well
Had only one notion for crossing the ocean,
And that was to tingle his bell..."
                                         

"...Había comprado un gran mapa que representaba el mar
y en él  no había vestigio de tierra;
y la tripulación se puso contentísima al ver
que era un mapa que todos podían entender.

“¿De qué sirven los polos, los ecuadores,
los trópicos, las zonas y los meridianos de Mercator?
Así gritaba el capitán. Y la tripulación respondía:
“¡No son más que signos convencionales!”

“¡Otros mapas tienen formas, con sus islas y sus cabos!
¡Pero hemos de agradecer a nuestro valiente capitán
el habernos traído el mejor —añadían—,
uno perfecto y absolutamente en blanco!”

Esto era encantador, sin duda, pero enseguida descubrieron
que su capitán, en quien todos confiaban ciegamente,
sólo tenía una noción de cómo cruzar el Océano,
y ésta era ir tocando la campana..."